“El amor solo comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines personales” Erich Fromm
Una de las preguntas que para mí necesitaban respuesta de manera inminente en mi vida era: ¿Por qué escogí tan mal a mi pareja? Yo me case a los 30 años y había tenido un noviazgo de dos años con un profesionista al igual que yo, Él es dos años mayor, ambos habíamos sido maestros a nivel preparatoria y universidad. Ciertamente también había diferencias, Yo había estudiado Leyes y el Medicina, Yo tenía tres empleos y el uno, yo ya había alcanzado el éxito profesional y era económicamente autosuficiente y el aún no, de hecho estaba estudiando leyes como segunda carrera y ejercía la medicina muy poco; en aquel entonces lo invite a formar parte del despacho donde yo participada y donde teníamos amigos comunes, en más de una ocasión lo apoye para cubrir algunos gastos que le correspondían, le preste dinero para comprar una mesa de exploración e hice que se la trajeran hasta el consultorio unas horas antes de la ignauración del nuevo despacho y consultorio; como mi compromiso de intimar con El era en serio, le conté todos los secretos familiares, le confié detalles de mi vida que no había confiado a nadie más y cuando él me platicó que tenía casi dos años que no le hablaba a su hermana se me hizo raro pero no le di importancia, luego me contó que su mamá lo golpeaba mucho de niño y que él no le tenía ningún cariño, ni respeto, al igual que a su padre a quien además no le tenía ni pisca de agradecimiento, no obstante que le había pagado su carrera universitaria en una escuela privada a muy duras penas y con muchos sacrificios; aún y con todas esos banderines de alerta y señales, yo simplemente no las vi como tales, creí que con mi amor Él podría liberarse de toda la amargura en la que vivía y dejar atrás la ira con la que revivía los recuerdos de su infancia inmersa en la pobreza y la violencia.
El era un niño herido con el que yo fácilmente empaticé (a nivel inconsciente más que consiente) y su condición satisfacía plenamente mi necesidad de dar amor, de hecho recuerdo muy bien una conversación que tuve de adolecente con mi mejor amiga en la que le dije que Yo creía que al mundo venían dos tipos de personas, unas que estaban en este mundo para dar amor y otras para recibirlo, por supuesto que tener esta creencia por casi toda mi vida adulta me costo muy cara, y me trajo mucho sufrimiento, pues era una creencia que me limitaba a dar, sin esperar recibir amor, que me impulsaba a ceder constantemente sin esperar retribución de algún tipo, se comprenderá que los siete años que duro mi matrimonió así fueron; yo me desvivía por complacerlo, por demostrarle que lo quería mucho, (para lograr esto me case con Él a escondidas de mis padres y por bienes mancomunados) que la vida debía verse con optimismo y obviamente no lo logré jamás; el tiempo trascurría y yo me sentía cada vez más triste, puesto que siempre había estado acostumbrada a que si me esforzaba en algo lo lograría y creía que “El amor todo lo puede” o tal vez deba decir, que estaba a acostumbrada a creer que YO LO PODIA TODO, era una mujer que simplemente “amaba demasiado”.
La Dra. Robin Norwood en su libro “las mujeres que aman demasiado”, al respecto refiere lo siguiente: “No pretendo implicar que las mujeres sean las únicas que aman demasiado. Algunos hombres practican esta obsesión con las relaciones con tanto fervor como podría hacerlo una mujer, y sus sentimientos y conductas provienen de las mismas dinámicas y las mismas experiencias infantiles. Sin embargo, la mayoría de los hombres que han sido dañados en la niñez no desarrollan una adicción a las relaciones. Debido a una interacción de factores biológicos y culturales, por lo general tratan de protegerse y evitar el dolor mediante objetivos más externos que internos, más impersonales que personales. Tienden a obsesionarse por el trabajo, los deportes o los hobies, mientras que la mujer, debido a las fuerzas biológicas y culturales que la afectan, tiende a obsesionarse con una relación, tal vez con un hombre así dañado y distante. “
Yo me involucré con un hombre que mayormente vivía desconectado de sus emociones, sin embargo hay una que prevalecía en su interior y era la ira, ese era el motor que movía su vida, de esa manera su mal humor, su mal “genio” y su amargura lo protegían de establecer una relación de amor y confianza reciproca, definitivamente temía involucrarse en una relación intima conmigo, ahora lo entiendo, antes por supuesto que no y esa falta de intimidad tanto emocional, psicológica y finalmente sexual, me producía un gran dolor, recuerdo haber llorado mucho, por muchas días y noches, tanto que fui cayendo en una depresión profunda, no podía entender cómo era posible que el hombre que había escogido para esposo y padre de mis hijos no me amara, ni siquiera me respetará y por el contrario se enfureciera conmigo por ser “una chiyona”, manipuladora y chiqueada acostumbrada a salirme con la mía; bueno al menos eso era lo que me decía los días que me dirigía la palabra, pues había meses enteros en los que a pesar de vivir en la misma casa, ni siquiera me volteaba a ver. Es obvio que esta última parte ya entraba en la categoría de violencia psicológica además de verbal y la que finalmente se convirtió en física.
Por supuesto que la violencia intrafamiliar no tiene ninguna justificación, sin embargo para mi, como ya lo expuse, lo importante no era encontrar una justificación donde no la hay, pero si una explicación a lo que ocurrió, como de ser una mujer fuerte, exitosa y alegre me convertí en espacio de unos años en una mujer con sobre peso, deprimida y abatida completamente.
Ahora sé, que fue una combinación de dos cosas, la primera de ellas es que Yo también fui una niña herida, a la que desde muy pequeña se le encomendó la tarea de cuidar de su madre, cuando debió haber sido completamente al revés, además no me fue permitido expresar mis emociones de tristeza, ira y de cualquier otro tipo (pues las niñas que tienen una cara triste o de enojo se ven feas y calladita te ves mas bonita) ya que eso produciría mas sobresaltos entre mi padre y mi madre que de por si tenían una relación conflictiva, entonces tuve que aprender a ser “la niña invisible”. La Dra Norwood al referirse a los niños invisibles los describe de la siguiente manera: “Ser invisible significa nunca pedir nada, nunca causar problemas, nunca hacer ningún tipo de exigencias, La hija que elige este rol evita escrupulosamente agregar cualquier tipo de carga a su tensionada familia. Se mantiene en su habitación o se funde con el papel de las paredes (en mi caso, yo desaparecía todo el día y me refugiaba en casa de mis amiguitas) habla muy poco y es muy reservada en lo que hace. En la escuela no anda ni mal ni bien, apenas se la recuerda. Su contribución a la familia es no existir. En cuanto a su propio dolor, es insensible: No siente nada”.
El segundo factor que determinó mi mala elección de pareja fue la familiaridad que siempre había experimentado ante la sensación del dolor y la tristeza, pues desde niña los conocí a la perfección aun y cuando no las expresaba; debido a los patrones aprendidos en mi infancia, fue el sufrimiento lo que daba la escusa perfecta para no ver lo que habia oculto en mi interior, ya que si sufría por el distanciamiento afectivo de mi marido podía atribuirle únicamente a El y a su misoginia todo mi dolor.
Afortunadamente ahora tengo todo muy claro y he encontrado dentro de mi la propia felicidad, he aprendido que la única persona que estará conmigo siempre y "hasta que la muerte nos separe" soy YO, por eso me esmero cada día por ser mi mejor compañía, admito que he superado muchos retos y el primero de ellos fue aceptar tal hecho, el segundo fue aceptarme como soy, identificando mis alcances y mis limitaciones respecto de las emociones de las otras personas y las propias; finalmente aprendí que solo mi autoconocimiento me asegurará la felicidad y la experiencia del amor, puesto que he aprendido a amarme a mi misma me siento habilitada para amar a alguien mas.
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